Últimamente no sabía lo que estaba haciendo con su vida.
Entró en su casa, cabreada tanto por el mensaje de su marido que le "comunicaba" (palabras exactas) que no volvería a casa hasta la medianoche como por su dolor de muelas.
Al principio le dolió que su marido la engañara pero, no supo por que, decidió no decirle nada; lo que había provocado que acabara acostumbrándose a ello. Y la visión de John tirándose a su compañera de trabajo ya no le parecía tan repulsiva.
Tiró las llaves al sofá y se dirigió a la cocina, dispuesta a meterse entre pecho y espalda tanta cantidad de dulces como pudiera antes de que el dentista al que al fin se había decidido a ir se lo prohibiera.
Y se acordó justo al abrir la nevera de que estando a dieta, poco azúcar iba a encontrar.
Cuanto echaba de menos aquellos días felices, junto a su marido, sabiendo que era fiel... o creyéndolo al menos.
Cuan cierto es que la ignorancia es la mayor felicidad de una persona, pensó.
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